Todo el santo día hablando con personas que no conoce. Hablar para pedir el desayuno, hablar para saludar a los compañeros de trabajo, hablar para vender, hablar para comprar. Hablar, hablar, hablar, hablar y hablar.
Por la tarde ya tiene la lengua como un zapato, encartonada de hablar tanto para no decir nada. Y cuando llega a casa, por la noche, también debe seguir hablando, hablar de lo que ha desayunado, hablar de los saludos a cualquiera, hablar de lo que ha vendido, hablar de lo que ha comprado. Hablar, hablar, hablar, hablar y hablar
Hablar todo el día, hablar toda la semana, hablar todo el mes, hablar todo el año, hablar toda la vida. Hablar con palabras que no llevan a ningún sitio.
Un sábado tiró el teléfono móvil al mar, para no seguir hablando más, pero le localizaron y tuvo que seguir hablando para explicar porqué se había desprendido de una herramienta, tan inútil, de comunicación. El domingo amaneció sin ganas de decir nada en toda la mañana, y su mujer sospechó de una antigua infidelidad, su familia le recriminó ese comportamiento tan pueril, los compinches del bar le tomaron por loco.
El lunes no desayunó, no saludó a nadie, no contestó al teléfono de la oficina. En la hora del almuerzo se robó unas tijeras y se fue al hospital más cercano, en la puerta del cirujano jefe se cortó la lengua, y con el lenguaje de los mudos, pidió que le cosieran para no desangrarse.
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