lunedì 6 settembre 2010

HOMBRE BOSQUE



Le crecieron raíces en los tobillos y nunca más pudo moverse de aquella mata de rosales. Las orejas se le coronaron con una hilera de florecitas de jazmín, y cuando tosía se le adivinaba un murmullo profundo de pétalos en remolino. Los pájaros venían a picotearle las manos porque tenía los dedos enverrugados de nísperos, madroños y albaricoques.

El picor de la espalda era irresistible, los gusanos castañeros recorrían ciegamente los laberintos de hojas, que la hiedra y la enredadera habían tejido asimétricamente desde los riñones hasta el cuello, las hormigas de cabeza roja mordisqueaban su piel con diminutos pellizcos. El nardo y el romero le reventaron en primavera sobre el pecho, ya subieron hacia arriba, hacia el sol, provocándole tener la cara siempre llena de libélulas, mariposas y abejas melosas.

Su pelo era la cúspide de césped trebolito de aquel hombre hecho un bosque; por las mañanas el rocío de la hierba fresca le resbalaba sobre la frente confundiéndosele con el sudor, al mediodía ya se le mezclaba con las lágrimas sobre las narices.

Bajaba la mirada y veía sus pies anclados en la tierra musgosa, sus manos heridas por los pájaros alborotados, sus brazos escalados de brotes tiernos y tempranos de esparragueras, que más tarde le martirizarían sin compasión el estómago con sus espinas suaves. Bajo las axilas tenía construidos unos arquitectónicos y delicados nidos de golondrina que, en época de cría, serían invadidos por serpientes bíblicas, sin que él nada pudiera hacer.

Tras sus párpados todavía se adivina la espuma revoltosa y salada del Mediterráneo, del mar que le ha visto nacer. Su llorar se confunde de nuevo con el roce invisible del viento sobre las arboledas fronterizas que, de hoja en hoja y de rama en rama, llega incluso a las palmeras de la costa, y éstas se lo susurran como pueden a la arena triste de la orilla, y ellas dibujan con sus dunas en miniatura todo el sufrimiento de aquel hombre amarrado tierra adentro, hasta que aquel llanto lejano se volvió a enredar con el llanto milenario de los peces, con el primer y original sonido que escuchó en aquel océano amniótico. El hijo del agua, ayer, se hizo hombre bosque, hoy.

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