giovedì 25 febbraio 2010

FREDI & BLUE


Se tropezaron sus miradas en una esquina de Malasaña. Él hacía el semáforo con sus juegos de bolas y sus chanclas de invierno en el mes de Abril, ella arrastraba su indiferencia con las manos en los bolsillos de unos viejos jeans DKNY. Mas tarde coincidieron en la escuela de circo, él intentando saltar desde el cielo sin red, ella aprendiendo a volar por los trapecios aburrida de caminar por el suelo. Cruzaron algunas palabras en los descansos.

Ella, francesa, con su español de turista que confunde o ignora el género y el tiempo de los substantivos. Él, guate de Centroamérica, con su español antiguo y regenerado en barrios de peruchos, guachos y bolitas. Esa noche pasearon por la capital de un imperio en que antaño, dice la leyenda, no se ponía nunca el sol, ahora la niebla sucia y pesada de las mañanas hace difícil verlo. Madrid ya no es lo mismo en el siglo XXI que en los tiempos católicos de reyes castellanos.

Ella, la hija parisina y rebelde de un padre rancio y omnipresente. Él, príncipe sucesor de los extintos garífonas. Ella, inquieta e indisciplinada como las traviesas olas del mediterráneo. Él, suave y rumoroso como los lagos tabaqueros del Petén. A mí se me esta haciendo eterno este invierno, con esas décimas de segundo que han añadido los geofísicos estelares para corregir el retraso que padece el planeta por su obesidad y sobrepeso, y a ellos parece que se les va la vida en cada instante que no pueden verse.

A los dos les hubiera gustado ser pájaros. Él para escapar del fondo del mundo, ella para encontrar el principio de la vida. Les gustaría mirar a la gente desde las alturas, a él le encantaría volar por encima de los ríos americanos y descubrir nuevas tribus de güeros entre los volcanes de Izabal, a ella le seduciría la idea de ser una gaviota parda de Normandía y esconderse en los acantilados del sur en la época de lluvias, pero la puta vida les ha hecho tener las espaldas desnudas de alas y ahí andan, engañando al sentido común. Por eso él mira el mundo desde unos inestables zancos o desde un monociclo serpenteante, y ella salta por los columpios y los rieles de Europa, sintiendo la sensación de planear por encima de las cabezas de la gente durante unos instantes, el momento necesario para creerse incorpóreos, pero sin olvidar la condición de persona.

Ella huele a peligro. El huele a prohibido.



 
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