sabato 23 ottobre 2010

DE TU SEXO LLOVIAN RECIEN NACIDOS



El día que te deje se acabará la vida, le murmuraba él, cuando follaban, a ella. Mientras desparramaba las sustancias del desamor salvaje dentro de un condón, para impedir que su inseguridad se traspasara a otra piel.

El día que él desapareció, buscado la espuma de la sumisión entre las piernas de otras gatas, descubriste lo maravilloso que puede llegar a ser el mundo. De ahí tu afán de no dejarlo huérfano de sus habitantes, de evitar que desapareciera el néctar de la humanidad.

Con la obligación de generar existencias parecías un caracol desenfrenado, fecundabas y engendrabas seres y realidades en cualquier momento. A un ritmo de cien alumbramientos diarios tardarías más de un milenio en repoblar cada país, y mientras lo calculabas de tu sexo llovían recién nacidos. Pero tú no podías amamantarlos, criarlos, vestirlos, educarlos, lavarlos… no tenias tiempo que perder, por eso ya nacían adultos.

En las escaleras del metro pariste a dos gemelas bailarinas, una mujer descalza, un hombre con sombrero y la plantilla nocturna completa de la SEAT. Mas abajo, en el vagón, llenaste la línea azul de japoneses con videocámaras, ansiosos de robar la imagen de la Sagrada Familia, y los taxis negroamarillos. En la salida de Collblanc hiciste el milagro de alumbrar un partido de futbol, con sus veintitantos jugadores, sus árbitros, sus hinchas, la muchedumbre de público, los reventas, y aquel gaucho viejo que vendía camisetas del Barça, antes de que bajara a segunda.

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