domenica 20 febbraio 2011

ÍNDIGOS

Cientos de niños índigos aparecieron varados en las playas de Sinaloa. En el último invierno ocurrió más veces que en años anteriores; el siglo pasado fue un problema con las ballenas, ahora, extinguidas éstas, emergían adolescentes con la mirada perdida, dándole las últimas bocanadas al aire salado del Mar de Cortés.
Hartos de ser escupidos en el patio del recreo liberaban a sus mascotas, ya fueran dragones de Komodo o petirrojos de la Guyana. Cansados de pintar corazones de tiza en la pared entablaban relaciones astrales, con extranjeros que desconocían las palabras negativas.

Dejaron de comer carne, vegetales e insectos, para no propagar las bacterias del desamor y del odio. Se alimentaban de números autistas, de los ceros y de los unos sobrantes en los experimentos binarios. Apagaban los televisores y escribían las coordenadas geoposicionales de la velocidad del cometa Halley, sobre los caparazones de las tortugas de Carey. Un contrasentido.

Viajaban en autobuses plateados Greyhound, con un único destino: los puertos de mar. Saltaban desde el muelle hasta el agua para empezar a nadar sin rumbo, como brújulas analfabetas, mientras gatos de cristal adelantaban las horas silentes del apocalipsis.


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